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La perfección no existe

por Sara Cucala, periodista especializada en gastronomía y maridajes

La perfección no existe. O quizá sí. La perfección existe en nuestra conformidad, en lo que a nosotros nos parece bien. Un bienestar que se rige por la expectativa. Pensamos que tenemos que llegar a … y, si lo conseguimos, habremos colmado nuestro reto y, por lo tanto, creeremos haber conseguido la perfección de nuestro deseo.

Pero, sinceramente, pienso que la perfección en la combinación entre bebida y alimento no existen. ¿Por qué? Porque nuestra educación, cultura, nuestro estado anímico y nuestra disposición mandan mucho en esa búsqueda de ‘lo mejor’: el mejor plato que combine con el mejor trago. Este es el trabajo fundamental de un sumiller: “buscar las sinergias entre bebida y comida; encontrar el llamado maridaje perfecto” ¿Para qué? Para hacernos felices.  

Así, a primori, puede parecer una frivolidad. Pero no lo es. En el primer mundo, el acto de comer no es solo una necesidad sino un capricho, ‘un lujo’ que nos regalamos con mayor o menor frecuencia. O bien porque deseamos tener experiencias gustativas nuevas o bien por nuestra necesidad de socializar en una barra o mesa.

Entonces, si buscamos en el acto de comer y beber el placer, ¿cómo no vamos a intentar que lo que comamos y lo que bebamos tenga una coherencia, una armonía en nuestros instintos? Esa es la búsqueda, la felicidad del acto de comer.

ARMONÍAS Y MARIDAJES

A mí me gusta decir armonía, no maridaje o sinergia o coupage. Porque ninguno de estos términos quiere decir lo mismo. Para mí, el equilibrio entre el alimento y el trago es lo que nos da el tono armónico. Como el que está en una pista de baile, y alguien le saca a bailar; los pasos discurren al son, sin pisarse, mirándose a los ojos y disfrutando no solo con la danza corporal sino también con la complicidad de la mirada. Cuando comemos ocurre algo parecido: nos traen el plato, miramos y apreciamos la presentación que sale de cocina, lo olemos, queramos o no, el aroma nos llega y comienza el proceso de seducción. Después lo probamos, lo reposamos en nuestro paladar y dejamos que ese primer bocado nos cuente que dulce, amargo, ácido o salado es. E incluso, quizá, no transmita eso que llaman Umami, es decir, el quinto sabor, el de la excelencia. ¿Qué lleva Umami? El parmesano, el jamón ibérico de bellota, el tomate, el alga nori…

Cuando la boca se nos llena de la complejidad de un bocado, llega el momento de acompañarlo con un trago, entonces lo ideal es buscar esa bebida que equilibre las propiedades del alimento, lo potencie.

Aquí viene la armonía perfecta. En que estos componentes guarden su equilibrio.

Para mí la cerveza es una de las grandes aliadas en una mesa, por su variedad y complejidad. Es curioso como una bebida elaborada con solo cuatro ingredientes (agua, cereal, lúpulo y levadura) pueda llegar a aportar tanto durante una comida.

Hay cervezas para cada bocado y cervezas para cada momento del día. Por ejemplo:

Las lager o tipo pilsen, son cervezas perfectas para ese trago de aperitivo, cuando nos codeamos en una barra y pedimos un aperitivo. Son ligeras, un tanto amargas y muy refrescantes. Este tipo de cervezas son perfectas con salazones, escabeches, pescados blancos, frutos secos tostados, carnes ligeras, salsas punzantes o picantes, frituras…

Entre las Ale, por ejemplo, la cerveza de trigo es una cerveza ideal para un menú completo. Es ideal para comer con ella. Es una cerveza compleja, cítrica, muy aromática, con un post gusto que recuerda a frutas exóticas, mangos, naranjas dulces… Me encanta esta cerveza con los pescados blancos, con las legumbres, con los platos en salsa e incluso, con ciertos quesos cremosos.

Las cervezas tipo abadía, de trago lento, tostadas y completas, son un trago maravilloso en ese momento del día, cuando está cayendo el sol, hemos terminado nuestra jornada laboral y nos disponemos a frenar, a tomar el esperado descanso del día. Entonces llega el momento de este tipo de cervezas. Y si estamos en una mesa, es, sin duda, la ‘pareja idónea’ de una carne roja, por ejemplo.

Y la cerveza negra (como ya conté en otro post) es para mí uno de esos cierres de comida fantásticos para armonizar a la perfección con los postres de chocolate amargo o incluso, con una bandeja variada de quesos.

Pero si concretamos, hay ciertos alimentos que nos pueden resultar muy difíciles de combinar, léase: Los calçots, las alcachofas, el ajo tierno, la endivia, los espárragos…  

Las propiedades organolépticas de estos alimentos complican su combinación en nuestro paladar. Con vino, muchos de ellos nos aportarán un post gusto nada grato: cierta acidez, recuerdo a hierro oxidado, aumento de los amargos.

Sin embargo, con cerveza, ya sea tipo Pilsen o una trigo o una India Pale Ale se produce la magia en la boca. Los alimentos crecen en dulzor, los amargos se suavizan y en la boca comenzaremos a sentir una sensación de beneplácito muy agradable.

¡Vualá! Parece que aquí, sí que hemos encontrado una cierta perfección en la búsqueda de la armonía.

Así, en voz alta suena, todo muy general: tal plato va bien con tal cerveza. Bueno, sí y no. Las generalidades no existen.  Está bien que los expertos nos aconsejen, pero no olvidemos que nada es absoluto y que el placer reside, en gran parte, en lo que nosotros sentimos y entendemos como ‘perfección’.

Pero recuerda, consumo moderado si vas a beber cerveza que sea a través del siempre tiene que estar acompañada de alimentos. Entendiendo por consumo moderado de cerveza entre los entre 200-300 ml/día en mujeres y 400-600 ml/día en hombres adultos sanos. Lo importante, ya sabéis, es disfrutar.

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