La Dieta Mediterránea y la Navidad
por Jesús Román Martínez, presidente del Comité científico de la Sociedad Española de Dietética y
Ciencias de la Alimentación (SEDCA)
No se habrá acabado siquiera la Navidad cuando ya habrá mucha gente y muchos mensajes en redes sociales y muchas noticias en internet sobre cosas que se pueden hacer “para no engordar”. Y según la Navidad acabe, el 8 o el 9 de enero, proliferarán las inscripciones a los gimnasios, las dietas milagrosas que prometerán adelgazamientos súbitos, como hacen todos los años, y visitas a los médicos dado el alarmante estado de muchas arterias y colesteroles.
Cuando te dedicas a la nutrición desde hace muchos años, lo primero que se te viene a la cabeza es que ni las dietas maravillosas ni los milagros ni los gimnasios deben de ser capaces de arreglar demasiado cuando todas las navidades suena y resuena la misma canción… Y también esa misma música todas las semanas santas y también todos los veranos y los regresos de los veranos. En efecto, parece que mantener una alimentación razonable y coherente a mucha gente le resulta especialmente difícil, sobre todo cuando proliferan esos maravillosos estímulos alrededor nuestro: comidas de empresa, cenas familiares, más comidas familiares, copas, mucho alcohol y muchos dulces disponibles.
Ciertamente, las festividades navideñas son proclives a los excesos, a qué negarlo. Pero tal vez convenga dar una solución razonable a todos esos excesos que, repetidos año tras año, sin duda pueden perjudicar nuestra salud.
Cualquier solución que al respecto queramos divulgar, necesariamente pasa por el sentido común. Y, sobre todo, tiene que tratarse de una solución razonable, coherente y fácil de aplicar. Aquí entra de lleno una vieja amiga: la Dieta Mediterránea. Es vieja, sí, pero eficaz y contrastadamente saludable. ¿Su éxito? Proponer cosas que ahora están de moda. Por ejemplo, que haya muchos alimentos de origen vegetal en nuestra dieta, que seamos un poco epicúreos, es decir, modestos en lo que se refiere a la cantidad de alimentos que comamos. Que prefiramos alimentos de cercanía, que seamos decididamente partidarios del aceite de oliva virgen en nuestra cocina y en nuestra mesa. Otro sí: que nos encante compartir la mesa y la charla con familiares o amigos.
Podemos, además, añadirle algunas soluciones o herramientas para mejor pasar estas fechas donde muchos se atiborran y perjudican a su aparato digestivo y a sus arterias. Por ejemplo: hoy en día nadie pasa hambre en nuestro entorno… así pues, si has tenido o padecido una comilona empresarial o familiar, no pasa nada porque la siguiente ingesta, sea comida o cena, te la saltes o que sea muy frugal (caldos, ensaladas, verduras cocidas con un chorrito de aceite, macedonia de frutas, etc.) para así dar un descanso a nuestro aparato digestivo y dejar de ingresar, de paso, calorías innecesarias a un organismo que, creedme, ya va bien servido.
Será muy coherente también reducir una de las principales fuentes calóricas y de sobrecarga digestiva de la dieta navideña: no llevar a la mesa esas cantidades ingentes de diferentes dulces y asegurarse por el contrario de poner en ella diferentes tipos de frutas y unas cantidades reducidas de algunos de los dulces típicos para que queden, así, en un segundo plano.
No hay que olvidarse de las diferentes bebidas que ingerimos. Siendo cierto que la función de todas las bebidas no sería otra (siendo puristas) que la de proporcionarnos una hidratación adecuada, no es menos cierto que las bebidas de diferente tipo que nos encontramos no siempre son una fuente prioritaria o destacada de agua. De hecho, triunfan por ser siempre una fuente de satisfacción cuando no de alegría entre los comensales.
Por supuesto, todo el mundo juraría, y acertaría, que la bebida de elección será siempre el agua. Si te sabe a ‘poca cosa’, es recomendable añadirle un poco de zumo de limón y optar por aguas con gas.
Aún así, buena parte de la población desea otro tipo de bebidas que probablemente se relacionen en el subconsciente ciudadano con las festividades. Evidentemente, hablamos de las bebidas alcohólicas. Evidentemente, este tipo de bebidas pueden llegar a aportar muchas calorías, especialmente en el caso de los destilados, y sobre todo cuando se combinan con productos azucarados. Aquí, la solución es relativamente sencilla: si te gustan, consúmelas esporádicamente, en vasos o copas pequeñas y, sobre todo, sin que haya más bebidas alcohólicas de otro tipo a lo largo de ese día.
En el caso de las bebidas fermentadas, especialmente del vino y la cerveza, su aporte calórico y alcohólico es bastante menor y, afortunadamente, se suelen ingerir acompañadas de alimentos, lo cual siempre será preferible. Un buen consejo: no tomarlas ‘a palo seco’ a modo de aperitivo y, sobre todo, no tomarlas para quitarse la sed. Beba primero agua y luego, si le apetece, disfrute de una cerveza. Recuerden que el consumo de alcohol está siempre absolutamente desaconsejado si se va a realizar una actividad de riesgo cómo conducir, si toma ciertos medicamentos o sufre algunas patologías y, desde luego, si eres una mujer y estás embarazada o en lactancia. Afortunadamente, se puede recurrir a la cerveza sin alcohol para acompañar aperitivos, comidas o cenas sin andar vigilando no sobrepasar eso que llamamos consumo moderado: en cerveza, una caña al día para una mujer y dos para un hombre.
En cualquier caso, la dieta más importante y la que más nos beneficiará es también mediterránea: abusad de la alegría, de la amistad y de compartir.